jueves, 25 de diciembre de 2008

Hogar Navideño, segunda entrega.

Estuvo de pie por espacio de una media hora. Sin moverse ni un centímetro, con el vaho saliendo de su pequeña nariz, los pelos de su cola se movían con el viento y la bellota que traía estaba aun en sus patitas delanteras. Un trozo de tronco aun sobresalía de el piso y era cubierto de nieve paulatinamente. Soltó la bellota y dio unos pasos hacía él... intentó oler el tronco, pero no percibió nada nuevo.
Cuando dio otro pasó cayó dentro de un hoyo en la nieve. Salió de él, y se dio cuenta que había muchos otros, y que rastros de su hogar, estaban esparcidos sobre aquellos huecos. Instintivamente, supo que su árbol se había ido. No sabía cómo y no estaba pensando en eso. Pensaba en sus bellotas, en lo que había almacenado para el invierno. Ningún ardilla podría sobrevivir al invierno en un árbol sin tener el abastecimiento de bellotas que hacen durante el otoño.
Estaba decidido. Tendría que seguir los huecos y los rastros, hasta encontrar su árbol. Si los árboles se van, tienen que estar en algún lado, y ella encontraría en qué lado estaría el suyo. Movió la colita y comenzó a trotar en dirección de los huecos y algunas espinas de pino.

En el camino tuvo que detenerse un par de veces, al parecer el árbol estaba un poco más lejos de lo que ella había imaginado al principio, pero no anochecía y si esto llegaba a suceder, siempre podía pasar una noche en algún otro árbol. Lo importante era no pasar más de tres, sin encontrar el suyo. De lo contrario, no sobreviviría el invierno. La caminata duró mucho, y sus patitas estaban muy frías cuando vio a lo lejos la cabaña. Se detuvo y observó detenidamente la cabaña. Era la primera vez que veía una y tal vez fue por eso que sin miedo alguno se acercó a ella.
Pasó junto a la camioneta y brincó al alféizar de la ventana. Cual sería su sorpresa al ver su árbol ahí dentro... ¡y aun grupo de humanos poniéndole basura encima! Su colita vibró de coraje y decidió que ese era su árbol, esos humanos no tenían por qué estarlo ensuciando... entraría y limpiaría su árbol, entraría a su casita y pasaría ahí el invierno.
Pero... ¿cómo entrar? Estuvo dándole varias vueltas a la ventana y no encontró forma alguna de entrar. Bajó de la ventana y rodeó la casa. Nada. Una de las puertas emanaba más calor que las otras, era la de la cocina, que estaba en la parte de atrás de la cabaña. Estuvo unos momentos ahí de pie mirando la puerta pero no encontró abertura alguna.
Pasó la noche pegada a esta puerta.

A la mañana siguiente, despertó con un sobresalto, pues Mott salió por su portezuela a hacer sus necesidades perrunas como todas las mañanas. Fue cuando ella se dio cuenta que sí había una forma de entrar. Sin mirar al perro, que se dirigía con prisa hacía unos matorrales, intentó empujar la portezuela sin éxito. En eso estaba cuando sintió la respiración de Mott en la colita. Volteó lentamente y Mott comenzó a gruñir. La ardillita sabía lo que eso significaba y antes de que Mott le pudiera dar una mordida, saltó a la ventana y de ahí, con presteza subió al techo. Mott se quedó abajo, gruñendo y mirando hacía arriba. Desde dentro, se escuchó a una de las niñas gritar Mooooott, y aquel entró a la casa dejando tras de él la portezuela balanceándose.
La ardillita bajó cautelosamente e intentó abrir la portezuela una vez más. Estaba muy pesada y pudo moverla sólo un poco. Esto requería de astucia.

Así que fue a la ventana más cercana y comenzó a chillar y a brincar. Mott pudo detectarla rápidamente y el pequeño pudo también verla en la ventana. Mott se dirigió a la portezuela y la ardilla también. Cuando Mott salió de un salto y la portezuela dio el primer vaivén, la ardillita saltó dentro y dejó a Mott con un palmo de narices. El pequeño se dirigía a la cocina también y cuando vio a la ardilla entrar a toda velocidad gritó:
¡Una ardilla, una ardilla!
Una de las niñas la vio cruzar la sala e internarse en el árbol de Navidad y grito:
¡Ahaaaaaa! ¡Mamá, mamá, una rata se metió al arbolito!
El abuelo salió de su cuarto rápidamente y le preguntó a la pequeña que en dónde estaba la rata. El pequeño corrió a la sala y le dijo al abuelo:
No es una rata, es una ardilla, es una ardillita gris...
Tras de él venía Mott, farfullando. De inmediato se acercó al árbol y comenzó a ladrarle ruidosamente.
¡Mott! ¡Mott, cállate ya!
Gritó el abuelo, y Mott volteó a mirarlo con las orejas caídas.
¿Estás seguro de que era una ardillita café?
Sí, sí, entró por la puertita de Mott y corrió hacía acá...
Y se metió al arbolito abuelito... se metió a tu arbolito...
Ya, ya... es nuestro árbol y seguramente ese árbol era el hogar de nuestra amiguita...
Pobrecita, abuelito ¿por qué cortaste la casa de la ardillita?
Él no sabía que era la casa de la ardilla- Gritó el pequeño defendiendo a su abuelo.
No se griten... no, no lo sabía y debí de haber revisado el árbol antes de haberlo cortado...
¿Y que vamos a hacer abuelito? ¿Se va a quedar a vivir la ardillita en tu arbolito?
No puede vivir en tu arbolito abuelito
Sí, sí puede porque es su casita- Replicó una vez más el niño hacía sus hermanas.
Ya, niños ya. Miren niñas la ardillita tiene todo el derecho de vivir en su casita- y continuó, mirando ahora al pequeño- pero este árbol ya no tiene raíces y se secará. La ardillita no podrá vivir ahí para siempre...
Los niños miraron al árbol tristemente y luego voltearon a ver al abuelo una vez más. El abuelo entendió lo que pasaba por las mentes de sus nietos, así que puso su rodilla en el piso y ellos se acercaron a él.
Miren niños, tendremos a la ardillita gris de invitada durante la Navidad, pero tenemos que pensar en algo para ayudarla, no se puede quedar ahí.
Los niños miraron a su abuelo con alegría de saber que la ardillita se quedaría, pero con tristeza de no saber qué hacer para ayudarla.

Concluirá...

No hay comentarios.:

El mejor lugar para leer.

El mejor lugar para leer.
Quien no entre al baño con una buena revista o libro ¿a qué entra?