domingo, 28 de diciembre de 2008

Hogar Navideño Última Entrega

La ardillita estaba bastante a gusto ahora que ya estaba instalada en casa de nuevo. Algunas de las bellotas que tenía en el almacén se habían caído, pero en general todo estaba en orden. Una vez que hubo hecho su inventario y sacudido un poco, se quedó pensativa. Era imposible mover su árbol. Si quería conservar su hogar, tendría que permanecer dentro de la casa de los humanos. Y estaba ese perro que no dejaba de rondar el árbol esperando a que se asomara.
Decidió que no saldría hasta que algo mejor se le ocurriera.
Llegó la nochebuena y la casa se llenó con un aroma exquisito a pavo relleno con almendras. La ardillita tenía aún algunas bellotas, pero este aroma era completamente nuevo para ella, y muy seductor. Se acercó al agujero que era la puerta de entrada a su madriguera y sacó la nariz para oler el aire.
Mhmmmmm, qué rico olía eso. Decidió que no se quedaría sin darle una probada... y el perro estaba decidido a echarle la garra encima en cuanto ella saliera de su madriguera.
Los niños pasaban horas sentados frente al árbol, esperando ver a su invitada, pensando aún en cómo ayudarla... pero ni una ni otra cosa sucedía. El abuelo a veces se sentaba junto a ellos y les decía que le preguntaran a Jesús que qué haría él. Y los niños bajaban la mirada, veían la figurilla y por momentos, instantes, parecía que podría darles la respuesta...
Así llegó la horade la cena y todos se sentaron al a mesa. El abuelo a la cabeza de la mesa, y antes de partir el pavo, los miró a cada uno. Sus ojos se humedecieron y les sonrió, sin decir nada, bajó la cabeza, dio gracias y comenzó a partir el pavo. La alegría salió de él una vez más y todos pudieron sentirlo. Incluso Mott, había dejado su puesto de centinela en el árbol para ir al comedor y sentarse junto al abuelo, esperando su hueso.
Fue cuando la ardillita sacó por primera vez en días la cabeza. Se asomó y cuidadosamente revisó que nadie la estuviera viendo. El rico olor al pavo provocó que de hecho saliera y se parara sobre una de las ramas del árbol. Bajó otra más y el cling, cling de una esfera, alertó a Mott, quien roía ya un hueso. Primero levantó las orejas, y después levanto la cabeza del plato y la vio a mitad de la sala... fue cuando el pequeño, que estaba sentado viendo hacía allá, gritó:
- ¡La ardillita, la ardillita!
Todos voltearon instintivamente y fue cuando Mott se levantó y corrió hacía donde estaba la ardillita, ésta se espantó, y mucho más rápidamente que Mott corrió al árbol y de un brincó subió hasta su madriguera y se metió dentro. Mott instintivamente intentó hacer lo mismo ¡y brinco sobre el árbol...!
Las niñas gritaron, el abuelo cerró los ojos y el pequeño apretó los dientes. Papá y mamá levantaron los brazos y todos se quedaron callados una vez que el árbol, cayó al suelo.
Mott se levantó de entre las ramas y se dio cuenta de lo que había hecho. Gimió y con el rabo entre las patas caminó hacía un rincón. El pobre sentía que había arruinado la Navidad...
El abuelo, corrió hacía su nacimiento, todos hicieron un ademán de querer hacer lo mismo pero se detuvieron ante el horror de que alguna de las figurillas se hubiese roto...
- Jesús...
Dijo en voz baja y alarmado el pequeño que se acercó detrás del abuelo y se asomó sobre su hombro... nadie se inmutó. El abuelo volteó a ver al pequeño y éste sostuvo la respiración. El abuelo se enderezó un poco y le mostró la figurilla de Jesús, intacta.
- Todas están bien...
Dijo el abuelo con voz aliviada. Y todos respiraron y se acercaron al árbol. Muchas de las esferas estaban rotas, la estrella estaba bien, pero un ángel había perdido la aureola y un santa Claus un bracito. Mott, echado en una esquina, chillaba y gemía. El abuelo volteó a mirarlo y Mott gimió aun con más tristeza... el abuelo se le acercó y Mott cerró sus ojos. La gruesa mano del abuelo lo acarició en la cabeza...
- No te preocupes viejo amigo... no pasó nada, no pasó nada... todo sea como el árbol, el bosque está lleno de ellos.
Mott levantó la cabeza y aun triste, intentó sonreírle al abuelo... pero no lo logró.
- ¡Abuelito, abuelito, qué vamos a hacer, tu arbolito está arruinado!
El abuelo levantó la mirada y sonrió. Se acercó a los niños y les dijo:
- No se preocupen por el árbol. Hay muchos otros, pero lo más importante es que ya sé qué hacer para ayudar a la ardillita gris...
- ¡La ardillita! ¿estará bien?
- ¿Ya sabes qué hacer abuelito?
- Así es hijos, Jesús me dijo qué era lo que debería de hacer...
- ¿Y que te dijo abuelito, qué te dijo Jesús?
El abuelo hizo que todos fuesen al comedor, y dejó al pequeño solo en la sala. Con un trocito de pavo en la mano. Se puso en cuclillas frente a el árbol y estiró la mano... nada pasó. Volteó, y miró al abuelo que observaba desde el comedor. Fue cuando de entre las ramas, salió la naricita de la ardilla. El pequeño volteó a verla súbitamente y la ardillita se metió de nuevo. Una vez más se quedó inmóvil y la ardillita salió de nuevo. Poco a poco la ardilla fue saliendo, y en pocos minutos, comía de la mano del pequeño.

Y así, la pequeña ardillita pasó con ellos la Navidad y el año nuevo. El abuelo enderezó el árbol y aunque con menos esferas, un ángel desaureolado y un Santa sin brazo, siguió siendo el árbol de la Navidad y hogar de la ardilla. Hasta Febrero, que el abuelo y los niños salieron al bosque. El pequeño con la ardillita al hombro, y Mott, caminando a su lado. Muchos árboles en el bosque, repitió el abuelo, eso fue lo que me dijo Jesús cuando vi que estaba bien, que había muchos árboles en el bosque. Así que los niños recolectaron todas las bellotas que pudieron encontrar y soltaron a la ardillita para que escogiese uno de entre todos los que habitaban el bosque. Esto tardo un rato, pero cuando lo hubo hecho, colocaron la bellotas en él y el abuelo colocó un letrero que había tallado que decía:
Hogar.
A partir de ese año, cada Febrero sembraron un pino que con los años era cortado para convertirse en el árbol de Navidad y pusieron mucho cuidado en no cortar de nuevo, un hogar.

Fin

Dic 20, 2001.
Con edición adicional Dic. 12, 2004.
Diego Mendoza.

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