lunes, 31 de marzo de 2008

Día Zeta V

Finalmente a lo lejos se alcanza a ver una combi. No se hace una cola, sino que la gente comienza a apelotonarse, se bajan a la calle, intentan ser los primeros en subirse al transporte, una señora recibe un codazo de un adolescente y una muchacha empuja a una viejita por ganarle un pequeño espacio. Por estar intentando colocarse en la posición y lugar óptimo para agandallar un lugar en la combi nadie observa la velocidad del vehículo. Los muchachitos de secundaria, pequeños e imprudentes se adelantan, pisan ya la calle, avanzan poco a poco, están en primera fila.
Sumamente molesto un señor calvo y con pantuflas guindas abre de golpe su puerta. Deja dentro un palo de escoba, decide no hacer amenazas aún. El jingle del camión del gas le tiene completamente enardecido, no sabe bien qué va a hacer pero sí está seguro de algo: se tiene que detener el ruido. Ya. Abre la puerta de golpe y de esa misma manera sin saber qué le golpeó, cae al suelo. Su sangre se mezcla con la que ya estaba corriendo por la calle. Un muchacho que por ahí caminaba alcanzó a ver el evento. Se echó a correr sin creer sus ojos. No, no era posible lo que había visto.
Los policías que habían llegado de Obregón entraron en sentido contrario. La vista no era agradable. A media calle un auto, dentro de él goteaba sangre, escurría por los vidrios, el oficial con la herida en el cuello hacía un ruido gutural, el esposo de la señora histérica también intentaba o al menos eso parecía comunicarse a través de estos ruidos que salían del fondo de su garganta. Caminaban con paso incierto hacía el policía de bigotito y la señora, amenazantes. La otra patrulla se detuvo y salieron ambos elementos bastante nerviosos y asustados. Uno de ellos con más decisión se acercó al que sangraba y le preguntó si estaba bien, se acercó a ayudarlo cuando repentinamente del auto, que aún estaba encendido, salió un tercer individuo con la boca llena de sangre. Mordió al policía exactamente en la nariz.
Entre empujones y gritos intentaban huir, varios niños se cayeron al suelo y uno de ellos fue pisado varias veces. Las señoras gritaban lo que agravaba el pánico. Un señor cayó al suelo rompiéndose una muñeca, se había resbalado con la sangre que corría ahora por la calle y había salpicado a la muchacha que antes trató mal a la abuela. La combi estaba a sólo unos metros, empotrada en la ventana de una panadería. Había perdido el control después de arrollar a tres de los chicos de la primer fila, uno de ellos se había metido a través del parabrisas, el otro cayó bajo las ruedas y el tercero fue arrojado hacía la gente, había perdido en el golpe un brazo.

domingo, 23 de marzo de 2008

Día Zeta parte IV

La gente está en las esquinas, juntándose, primero silenciosos. No ha llegado el transporte público. Muchos muchachos prefieren irse andando debido a la hora. Van a llegar tarde. ¿Alguien ha visto al señor de los tamales? Una chica que camina hacía la esquina maldice al ver la cantidad de gente, voltea ligeramente, le pareció escuchar un cuete tronar ¿qué santo se celebrará hoy?
La patrulla que está arribando a Álvaro obregón escucha claramente lo que reconocen de inmediato como un disparo. No hay nadie en el camión de gas, una de las puertas está abierta, el sonsonete irritante no deja de sonar. Indecisos sobre si quedarse ahí a investigar o ir a la otra calle se miran las caras. La radio truena y se escucha una voz que les comanda ir a la calle Carranza, las puertas de la patrulla se cierran y dejan el camión de gas abandonado. Desde el ángulo que se habían estacionado no vieron la sangre en la banqueta, expandiéndose y corriendo por el canalillo.
En la estación de radio local llegan las llamadas preguntando y quejándose sobre los microbuses y las combis. Son como las siete y cinco, tal vez siete y diez. Llega una llamada más a la oficina de seguridad pública, alguien se queja amargamente de un camión de gas que tiene “media hora” estacionado frente a su casa. El oficial le explica que están tratando una emergencia, que en cuanto sea posible mandará una patrulla a checar el camión de gas. No pide la dirección, está preocupado, ¿a quién le importa un camión de gas? A él le llamó la secretaria de la compañía de gas, no hubo mención del camión, no hay relación alguna con los casos.
La calle Venustiano Carranza es un caos. Tras la patrulla se esconde el oficial de bigotito, y la señora en bata. El oficial con la pistola apuntando directamente a su pareja, quien está completamente ensangrentado. Tiene una herida en su cuello de donde escurre un chorrillo de sangre que humedece el uniforme. Se mueve con mirada perdida, se comienza a poner blanco por la pérdida de sangre, sus manos se contorsionan. La señora grita desesperada una vez más, de su casa sale su esposo con un andar similar, pálido y con un brazo completamente ensangrentado. El oficial de bigotito no sabe a quién mirar, un vecino ha abierto la puerta de su casa y mira a través de una rendija, tiene en la mano un cuchillo de cocina.

viernes, 21 de marzo de 2008

Día Zeta Parte III

A las siete de la mañana se recibe una llamada a la estación local de Radio donde alguien quiere reportar unos escándalos. Hay gente en una casa gritando y se escucha como si se estuvieran peleando. Se quejan de que el ayuntamiento no hace nada, que los policías son de cocholate y cosas así. Se menciona que el transporte público está muy mal. Para cuando la patrulla llega a la casa del incidente ven el auto aún encendido y con la puerta abierta frente a la casa. Hay algunos vecinos mirando por la ventana. Uno de los policías sale de la patrulla y se acerca al auto, hay sangre en el suelo. Cuando entra para apagar el motor su pareja no se ha dado cuenta del chisguete de sangre en el parabrisas. Una vecina que observa desde un ángulo desafortunado grita y aún a través del vidrio de la ventana el otro policía, la escucha. Sale con apuro, es uno de esos policías de bigotito y vientre protuberante. No ha dado la vuelta a la patrulla para acercarse al auto cuando de la casa sale corriendo una señora en bata de dormir ensangrentada e histérica. El policía se cae del susto, los vecinos están alterados, dentro de la casa se escuchan ruidos, se rompen vidrios. Otro grito.
En la otra cuadra los señores del gas han avisado por radio a su central el mórbido hallazgo. La segunda llamada que llega a la oficina de seguridad pública es de la secretaria de la compañía de gas. Eso como a las siete de la mañana. La calle es la Álvaro Obregón, paralela a Venustiano Carranza. El otro policía que acompaña al que atiende el teléfono le hace, a manera de comentario, la siguiente observación “¿qué no era esa la colonia donde reportaron anoche la pachanga ruidosa?” y ahí muere el comentario, “no se preocupe, ahorita mando una unidad a su domicilio” 10-4 hay un 23 en la calle Álvaro Obregón. Siendo un posible asesinato el oficial llama a su superior, quien apenas se estaba levantando. La tercera llamada llega, ya son seguramente las siete. Mientras el policía que atendió las anteriores llamadas llama al comandante, el de las cartas levanta el auricular. Una persona histérica intenta de alguna manera describir un acto violento, dónde está, no le entiendo, qué fue lo qué pasó, aja, ya mandé una patrulla, enseguida mando otra al domicilio. La cosa se pone más grave, ahora sí están preocupados, en ese momento el policía logra entablar comunicación con el comandante y le dice con apuro lo que está pasando. El comandante se preocupa y le ordena ponerse en contacto con la patrulla que envió, además de mandar otra más… voltea y se despide de sus hijos quienes están saliendo a la escuela.

jueves, 20 de marzo de 2008

Dia Zeta parte II

Quienes no salen a las 6 de la mañana no entienden por qué el camión del gas está detenido en la otra cuadra sin moverse desde hace ya más de quince minutos ¿toma tanto tiempo atender un par de clientes? Cuántos vecinos van a preocuparse por el grito si a nadie le importa lo que la gente haga en la calle, no falta el fin de semana que unos borrachos hagan escándalo. La policía nunca se preocupa. La gente toma bebidas alcohólicas en la vía pública, choca contra postes, rompe botellas, arroja cuetes, escucha sus autoestéreos a todo volumen, tiene a los perros ladrando en la azotea ¿alguien consideraría estos factores un riesgo? No. No en México. Así que a las seis de la mañana que los señores del gas encuentran el primer cadáver nadie se entera. A las seis y cinco que es atacada la señorita que va a su trabajo las autoridades duermen placidamente, no son horas de oficina. A las seis y diez entra corriendo de regreso a su casa un hombre que dejó a media calle su auto encendido, huyendo, ensangrentado le grita a su esposa que cierre la puerta… los niños despiertan con los gritos de su padre.
En el ayuntamiento local llega la primer llamada de auxilio o eso de las seis y veinte, seis y media —nadie está tomando el tiempo, no hay bitácoras, no se graban las llamadas, así que… quién sabe—, el oficial que toma la llamada no entiende bien las palabras de la persona al otro lado de la línea. La señora está bastante alterada, no se explica claramente, de todos modos el individuo, medio dormido, o quizá jugando cartas con su “pareja”, no está tomando notas, no está realmente poniendo atención. Unos minutos después logra tomar una dirección, está alarmado pero no preocupado. Tal vez es de esos individuos que piensan “viejas histéricas” sin embargo dice algo así como “no se preocupe, ahorita mando una unidad a su domicilio”. Localiza por radio a una patrulla, tal vez sea uno de esos policías que andan en motocicleta, 10-4 hay un 20-32 en la calle Venustiano Carranza. Se toman su tiempo, no hay urgencia ¿o sí? Finalmente un 20-32 sólo es un disturbio doméstico “alguna vieja histérica”… en su camino al número 56 de la Carranza buscan a la señora de los tamales. Quién sabe por qué no está, si ya son casi las siete de la mañana. Por cierto, los niños que entran a las prepas y secundarias comienzan a salir a las frías calles.

miércoles, 19 de marzo de 2008

Día Zeta Parte I

Es media noche, a lo lejos se escuchan ladrar unos perros, unos minutos después todo el vecindario está lleno de ladridos. Nadie le da importancia, ha sucedido antes. Eventualmente se van a callar. Se escucha un auto partir a toda velocidad; algún borracho. Se escuchan unas detonaciones, qué fiesta tan escandalosa están armando. Amanece y el ambiente está en calma, la gente que se levanta temprano a eso de las cinco y media está tomando un baño, escucha las noticias de la capital y el país, en algunas casas se fríen huevos, en otras sólo se escuchan pasos apurados que buscan llaves, documentos ¿dónde quedó el fólder azul? Son alrededor de las seis de la mañana y las banquetas se comienzan a llenar de pasos. Se perciben autos que están siendo calentados y a lo lejos se escucha el primer camión de gas con su espantoso perifoneo. La tonada monótona, reverberante y sorda no cesa pero el sonido no avanza por la calle como hace unos minutos. Se cierran algunos garajes y el movimiento debería comenzar, mas los autos siguen estacionados frente a sus casas. Algunos no llegaron a la parada de la combi, otros se quedaron esperando un microbús que simplemente no llegó. La fiesta ruidosa de anoche, con los perros, los cuetes, el auto, fue estruendosa; hay sangre en una banqueta ¿dónde está la policía? No han pasado ni diez minutos y con el infernal jingle del gas al fondo, se escucha un grito que te enfría la sangre.

martes, 18 de marzo de 2008

Sin Título

Hace algunos años escribí estas línea ¿es un microcuento? ¿es un aforismo? Lo ignoro. Pero me gusta.


Lo vi caminar junto a mí.
Venía de negro. Sus botas, sus pantalones, la chamarra y su alma; tal vez su corazón. Pero ese no se ve, no tan fácilmente. El alma se ve a través de los ojos, pero el corazón sólo se ve a través de acciones...

Peripecia

Se define como: En cualquier composición literaria, acontecimiento repentino e imprevisto que supone un cambio de la situación anterior. Y eso es lo que sucederá en La Abadía. Tenía parcialmente abandonado este Blog porque hasta cierto punto la línea editorial que manejaba era cuasi-cultural. He decidido usarlo para publicar mis ficciones. La primera es una leyenda urbana común en México.

Ha pasado en algunos estados de la república, que los niños son mandados a la tiendita a comprar el pan molido y el refresco para la comida. Los niños regresan a casa y la mamá les dice que pongan el refresco en el refri mientras ponen la mesa y esperan a que el papá llegue. Una vez puesta la mesa, se sirve la comida, se calientan las tortillas y se comienza a comer. De pronto uno de los niños se sofoca y comienza a ponerse azul, la mamá grita y el papá inmediatamente comienza a darle de palmadas en la espalda al niño, quien entre espasmos tose un trozo informe al plato de la sopa, salpicando el mantel. Aliviada, la mamá procede a ver lo que obstruía la garganta del niño, para horrorizada ver que es un dedo humano, que de alguna manera, había ido a dar a la botella de refresco.

Próximamente, más.

El mejor lugar para leer.

El mejor lugar para leer.
Quien no entre al baño con una buena revista o libro ¿a qué entra?