jueves, 31 de julio de 2008

Día Zeta Parte IX

Nadie sabía que hacer. El comandante de policía a las siete y media de la mañana lo único que hacía era gritar órdenes y seguir intentando contactar a sus unidades vía radio. Su primer error táctico fue enviar a todos los elementos que le quedaban a las distintas calles donde había eventos. Nunca intentó primero averiguar qué provocaba todo. Nunca hizo anotaciones, ni dejó registros. Mandó dos policías en motocicleta a la calle Obregón, donde los bomberos reportaban una explosión, y envió un oficial también en moto a la Venustiano Carranza. Sus últimos dos elementos los envió a la calle Reforma donde se reportaba un accidente de transporte público, aunque nunca tuvo detalles. Cuando ya había enviado todos sus elementos llegó una llamada de una mujer en un ataque de pánico gritando que había muertos frente a su casa, la cual estaba en la calle Roberto Gómez, misma calle donde se encuentra el anfiteatro. Al decir “muertos” ella se refería a los que salían del anfiteatro y atacaban a los transeúntes, el comandante lo averiguaría media hora después, alrededor de las ocho de la mañana, cuando una señora empujando un carrito de tamales le arrancó de una mordida un pedazo del cuello, matándolo en instantes al romper la carótida.
En la calle Obregón, los vecinos que no habían muerto en la explosión salieron de sus casas, muchos de ellos en batas o pijamas. Las ventanas de unas 20 casas a la redonda se habían reventado. Ninguno de ellos estaba preparado, nadie Salió con sus documentos importantes a la mano, ni evaluó la situación para tomar un curso de acción. No faltó la señora que comenzó a gritar al ver los cuerpos quemados en la calle entre vidrios y cascajo. Esos gritos llevaron a algunos niños a entrar en pánico y a una adolescente a hiperventilarse. Los gritos tienen ese efecto, y la gente jamás se pone a pensar que en una emergencia lo menos que se debe hacer, es gritar. Sin embargo, un muchacho de unos veinte años comenzó a hacerlo de manera ridícula cuando vio que los cuerpos calcinados, quemados y destrozados comenzaban a moverse. Había vecinos que tenían los oídos reventados y no escuchaban las advertencias de pánico de quienes atestiguaban lo imposible. A las nueve de la mañana sólo un par de hermanos, una chica de doce y un muchacho de catorce, eran los únicos sobrevivientes en dos manzanas, estaban encerrados en una recámara en el segundo piso de su edificio de departamentos.

El mejor lugar para leer.

El mejor lugar para leer.
Quien no entre al baño con una buena revista o libro ¿a qué entra?