viernes, 12 de diciembre de 2008

Cuento de Navidad, Entrega I

Este es un cuento que como muchos otros se cuenta en vísperas de Navidad, y se desarrolla en la misma época. Sucedió, si es que realmente pasó, en algún lugar que seguramente todos conocemos pero que no podemos recordar cómo se llama, hace ya mucho tiempo; pero no demasiado, aunque puedo equivocarme y quizá pueda estar pasando hoy mismo, en víspera de Navidad...
El fuego de la vieja estufa del abuelo ardía lentamente, pareciera que estaba pacientemente esperando la Navidad, su estructura negra, debido al carbón y hollín semejaba la noche que ahora estaba completamente estrellada. Con imaginación podríamos creer que aquella noche del 24 unos reyes montados en camellos observaban el mismo cielo que vemos hoy. Limpiamos el vaho de la ventana para poder ver afuera, todo es amarillo, las hojas de los árboles se han caído y el piso tiene escarcha, las luces que el abuelo pone fuera brillan y se reflejan en él. Cada año abre el viejo arcón y saca de él recuerdos y adornos que han visto no sé cuantas noches como estas. Aquella nochebuena el mas pequeño de los nietos había escuchado ruidos extraños en la ventana de su cuarto, asustado se negaba a entrar en ella, el abuelo tomó su grueso gabán y salió a ver que qué rondaba la ventana del pequeño. Saludando desde fuera a través de la ventana del cuarto el nieto se calmó y aceptó el cuarto una vez más. Para demostrar su valor el chiquillo decidió pasar ahí la tarde en lugar de ir con sus hermanas al pueblo por algunas cosas que hacían falta, además que le estaba preparando a su abuelo un hermoso dibujo con un nacimiento detallado y toda la familia retratada tomada de la mano.
Una vez que estuvo concentrado en ello escuchó de nuevo un ruido, sabiendo que no podía haber nada afuera no le prestó atención, pero se vio obligado a levantarse al oír un estornudo pequeño. ¡Cascabel! le gritó al gato del abuelo, para saber dónde se hallaba el morro. El minino maulló con pereza desde la recámara del abuelo que estaba frente al cuarto donde estaba el niño, al sentarse de nuevo algo golpeteo la ventana y con espanto cayó al suelo de madera con todo y silla.
—¿Quién esta ahí?- preguntó en voz alta.
El gato entró al cuarto ronroneando, se escucharon unos tosidos viniendo de fuera,
—¿quien va?- gritó esta vez.
La escarcha de la ventana fue limpiada desde fuera en círculo, uno pequeño de unos diez centímetros, con un sonido resbaloso... se oyó de nuevo un estornudo y una diminuta manita tocó en la ventana una vez más de forma rápida y repetida; Cascabel estaba agazapado, asechando lo que se estaba moviendo detrás del vidrio de la ventana. El chiquillo no sabía que hacer, no estaba espantado, no mucho al menos; esperaba encontrar una explicación a lo que veía. Al terminar el golpeteo una carita se asomó por el vidrio. ¡HAA!, gritó con fuerza. El minino farfulló ¡Fuuzzz!. Se escuchó de nuevo un estornudo, ¡atchiz!...
—¡Ábreme! ¡ábreme por favor!- le gritó estando ahí parado en el alféizar de la ventana.
—¿Q- qué eres?
—Ábreme y te digo... Me estoy congelando- dijo la vocecita aguda.
Cascabel maulló en tono amenazador, y el niño se levantó lentamente, con mucho cuidado abrió la ventana y se alejó rápidamente.
—¡Brrrrrr, está helando allá afuera! gracias niño, me has salvado de congelarme.
—Y-y qué eres?...
—¿No sabes nada acaso?, ¿no? cielos, estoy con un ignaro.
—¿Eso es lo que eres?- le preguntó.
—¡Por favor niño! ¡no!, soy un ¡gnomo! ¡un gnomo!
—Los duendes no existen....
—Y qué listo te dijo tal cosa?
—Mi Papá...
—Tú Papa es un ignorante, hemos existido desde siempre, además no soy un duende...
—¿Y si es así donde viven?
—Bajo la tierra, solíamos vivir en paz con ustedes hombres pero a raíz de ciertos conflictos y dos o tres duendes deschavetados, nos vimos en la necesidad de huir y escondernos, ¡hey! agarra a ese animal-
Gritó saltando al escritorio, esquivando a Cascabel que había brincado al alféizar. De inmediato, José Mari tomó al minino y lo fue a meter al cuarto del abuelo, Cascabel farfullando y maullando se resignó al encierro. Al regresar a la habitación, el duende había ya cerrado la ventana y se encontraba frotándose las manos. Con curiosidad y sin dejar de mirarlo le preguntó el por qué de su "visita", por qué razón había huido de su hogar subterráneo. El gnomo jaló la caja de crayones y se sentó, comenzó a explicarle que bajo tierra las ciudades subterráneas de los gnomos se yerguen cerca de los mantos freáticos y ríos subterráneos, otras en los troncos de gigantescos árboles cuyas raíces son mucho muy profundas, y que en estas fechas frías mantienen estos poblados calientes con grandes calderas que mantienen el aire fluyendo a través de ductos y huecos que van a dar a la superficie, el gnomo explicó que habla habido un derrumbe en una de las salidas provocando que se reventara una de las calderas, para que las demás trabajaran a mas de su 100% se organizaron grupos de gnomos para encontrar más leña, debido a que la que tenían ya no alcanzaba, nuestro gnomo Carambarím, había sido parte de una de estas expediciones, pero se había perdido. El niño, José Mari, le ofreció de su leche y le partió un trozo de galleta, le dijo que no se preocupara que seguramente sus amigos vendrían a buscarlo. Carambarím, triste le dijo que ellos tienen prohibido acercarse a los humanos, que si él estaba ahí era debido a que el frío le estaba carcomiendo los huesos. José Mari le dijo que eso era muy triste pero que si él quería, podía pasar la Navidad con él y su familia. Carambarim abrió los ojos y sus grandes pupilas se dilataron.
—¿Todavía celebran Navidad?- preguntó muy asombrado.
—Claro que si, le respondió, ¿acaso en tu pueblo no?
—Sí, sí, sí, respondió, primos lejanos de nosotros los gnomos pequeños, trabajaron con el Obispo Nicolás, fundador dela orden de Santa Clos, y durante muchos años, al morir Don Nicolás, los duendes reclutaban un nuevo Santa Clos, hasta que los hombres nos obligaron a nuestro auto éxodo, la tradición original cambio y en nuestras ciudades aún lo celebramos aunque no lleva un significado tan religioso como el que tenía originalmente, fuimos nosotros los que le dimos a Don Nicolás y todos sus sucesores la magia con la que cuentan.
—Entonces fueron ustedes- le dijo.
Y le contó cómo Santa Clos aún surcaba los cielos en su trineo mágico (regalo de los gnomos), y de como los duendes aún trabajaban con él y hacían los juguetes etc. Claro, pensó Carambarím, por eso se fueron tan lejos allá al Polo Norte, seguramente construyeron alguna villa subterránea y continúan su labor ancestral, la orden de Santa Clos no podía ser tan cruel como para olvidarse de los duendes, José Mari le preguntó a Carambarím si existía alguna forma de llamar a sus compañeros para que vinieran a buscarlo. Un maullido dolido se oyó detrás de la puerta del cuarto del abuelo, José Mari se levantó y rápidamente fue, abrió la puerta y tomó al minino. Entró a la habitación y lo acercó al gnomo diciéndole que era amigo. El gato lo olió detenidamente para después darse la vuelta de regreso a su mullido cesto. Carambarím sin tomarle atención se encontraba con la mirada en alto pensando en alguna forma de que los demás gnomos pudieran venir a ayudarlo, José Mari le ofreció la casa entera para que si el pueblo fuese amenazado de frío la casa sirviera de albergue a la comunidad gnomil, Carambarím se negó rotundamente alegando que el alcalde de su pueblo jamás lo permitiría, después de todo todas las calderas menos una aún funcionaban, aún así agradeció la invitación. Carambarím sonrió ante la llegada de una idea, y le preguntó a José Mari si tenía chimenea en su casa. José Mari respondió que sólo estaba la estufa de carbón del abuelo, Carambarím pensó que sería suficiente y se dirigieron a la sala.

concluirá...

No hay comentarios.:

El mejor lugar para leer.

El mejor lugar para leer.
Quien no entre al baño con una buena revista o libro ¿a qué entra?