miércoles, 24 de diciembre de 2008

Hogar Navideño Primer entrega

HOGAR NAVIDEÑO

Las pisadas de sus gruesas botas hacían crunch, crunch en la capa de nieve que cubría el suelo del bosque aquella mañana. El vaho salía de su nariz y lo hacía parecer un tren cruzando el bosque. Una locomotora roja, fuerte y pesada.
Caminó por espacio de cuarenta minutos y cuando llegó a un claro, lo vio a la distancia. Se detuvo sólo por un momento y suspiró. La locomotora soltaba su humo, detenida momentáneamente, como si estuviera acumulando fuerzas para un arranque repentino.
Era muy hermoso. Tenía unos dos metros y medio de alto, frondoso con algunas piñas aun en sus ramas. Y su olor, el aroma era indescriptible y fue el elemento para la decisión final. Descubrió sus dedos enguantados, tomó el hacha y el primer golpe resonó seco y hueco por todo el bosque.
En cuestión de minutos estaba en el suelo. El crunch, crunch se mezclaba ahora con el hush, hush que hacán las ramas contra la nieve. La gran locomotora roja cargaba ahora un gran árbol de Navidad.
Cuando el abuelo llegó a la cabaña. Fue recibido por el alegre Mott, quien, moviendo la cola le preguntó cómo le había ido en un ladrido alegre. Antes de entrar, se sacudió la nieve de las botas y sacudió un poco al gran árbol. Mott revoloteaba alrededor del árbol y metía la nariz entre las ramas. Una vez dentro el abuelo colgó su gran abrigo rojo y en mangas de camisa comenzó a arreglar la base del árbol.
La gran cabaña no tardó en llenarse con el dulce aroma de pino. Una vez que hubo terminado y colocado el árbol en el lugar adecuado, puso sus gruesas manos en su cintura y dio un respiro.
Mott ladró, queriendo comenzar a adornarlo ahora que ya estaba en su lugar. Pero el abuelo volteó mirarlo y haciendo tst, tst con la boca y moviendo la cabeza de un lado a otro dijo
No Mott, tenemos que esperar a que lleguen ellos...
Mott bajó las orejas y dio un ladrido con el cual aceptaba, aunque no muy convencido, que tenía que esperar.

II

Las niñas fueron las primeras en bajar de la camioneta y correr a los brazos del abuelo. El pequeño miró la escena desde la puerta y caminó con calma hacía el abuelo. Su gorro le llegaba a la orilla de los ojos y su mirada era dulce y brillante. El abuelo al mirarlo, bajó a las niñas y diciéndoles que entraran a la casa, caminó al encuentro del pequeño.
Lo alzó en brazos y con una enorme sonrisa le dijo:
¿Estás listo para este año?
El pequeño devolvió la sonrisa asintiendo repetidamente. Sin bajarlo al suelo, lo llevó dentro.
Todos quedaron maravillados ante el aroma del árbol. Haa, hoo, salía de sus bocas abiertas, mientras se paraban alrededor de éste sin ponerle atención al nervioso y ansioso Mott, que se paseaba por entre sus piernas. El pequeño se quitó un guante y estiró la mano lentamente, rozó las ramas y se detuvo ahí un instante.
Finalmente, la hora había llegado.

El abuelo bajó del desván las viejas cajas de cartón que contenían luces y esferas, escarcha y adornos, angelitos, renos, elfos y un par de Santa Clauses. Durante el transcurso de la tarde estuvieron colocando con detalle, esmero y cariño cada uno de los adornos, mismos que eran puestos cada año, desde hacía mucho, antes incluso de que los niños nacieran. La estrella era puesta por el pequeño, mientras era alzado por el abuelo y todos se acercaban, lo ayudaban y palmeaban en la espalda. Pero dieron un paso atrás; abriéndole paso a la caja de madera, con la flor de nochebuena tallada en la tapa...
El cofrecillo de la abuela, que contenía el nacimiento.
El nacimiento era colocado al final y cada figurilla de madera tallada, era cuidadosamente sacada por el abuelo, a quien a veces se le humedecían los ojos al hacerlo, todos le sonreían tiernamente y él se limpiaba con su pañuelo rápidamente, los miraba y les decía que qué esperaban, que fueran poniendo las figuras. Desenvolvía cada figura, doblando los cuadritos de tela uno por uno y colocándolos en la cajita. Donde esperarían pacientemente hasta el dos de Febrero, cuando recibirían de nuevo a sus moradores...
Poco a poco, mientras el abuelo sacaba las figurillas, éstas eran colocadas en la casi maqueta que él construía especialmente para la escenificación del nacimiento. La última figura era la de Jesús y era probablemente la más bella de todas.
Un bebé que no era el clásico regordete, con la mirada de santo. Era más bien un bebé en completo reposo, con los ojos cafés bien abiertos, atento, y cabellos negros... El cuadro representaba a primera vista que sus padres, los reyes y los pastores lo amaban. Pero al verlo después de un rato, esa figurilla estaba representando al amor que Él siente por ellos...
Cuando hubieron terminado de adornar el árbol, y el pequeño Jesús fue colocado en el pesebre, el abuelo se levantó y saco de la alacena una botella de rompope y galletas; se sentaban todos alrededor del árbol sobre la alfombra y platicaban hasta que los niños se quedaban dormidos, Mott, dormía con el pequeño.

Continuará

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