martes, 16 de diciembre de 2008

Cuento de Navidad, Entrega II

La negra estufa alzaba un metro y medio, era de hierro y estaba sostenida en cuatro patas labradas a manera de patas semejantes a las de una garra felina, algo más grandes que las de Cascabel. Carambarím alzó la mirada al techo siguiendo la salida del tubo que saca el humo a través del techo, le dijo a José Mari que atizara un poco más el fuego y que le echará unos trozos de carbón. Una vez avivado el fuego Carambarím sacó de entre su chaquetita un morral del cual saco unas hiervas, las deshizo entre sus dedos un poco y las arrojó al fuego; con un atizador cerró rápidamente la puertita de la estufa y se sentó. En tan sólo un instante un olor indescriptiblemente rico comenzó a llenar la sala, era dulce y fresco, como el campo por las mañanas, plantas, árboles, tierra y otras cosas increíbles comenzaban a tomar forma y entrar por la nariz y los poros, era a falta de una definición mas exacta olor a Navidad.
El humo de la chimenea que se asomaba por el techo de la casita tomaba tonos distintos semejantes a los de un prisma y dependiendo de donde se mirara cambiaba de color cual calidoscopio. La experiencia era fantástica, Cascabel comenzó a rodar sobre la alfombra ronroneando. Al poco rato se escucho el murmullo de varias voces pequeñas.
—Son ellos- exclamó José Mari.
Carambarím se levantó y le dijo a José Mari que abriera la ventana de donde saltaron tres gnomos cargando morrales.
—Vimos tu señal y de inmediato venimos a buscarte, ¿estás bien?- Preguntó uno de ellos que tenía el pelo rojo y unos zapatos muy grande para su tamaño.
—Sí, estoy muy bien, les presento a mi amigo José Mari, ésta es su casa-
—Y de ustedes también- Respondió muy propiamente José Mari.
—Mil gracias- Respondió el segundo duende, retirándose su gorro y haciendo una pequeña reverencia, los otros dos hicieron lo mismo.
—Carambarím, no podemos quedarnos...-
—¡Pero por qué!- Exclamó José Mari. Cascabel, dejó de rodar un momento y miró a los duendes con mirada amistosa y curiosa como lo hacen siempre los gatos.
Los duendes bajaron a la sala y se sentaron junto a Carambarím, con sus gorros en las manos y le dijeron que la leña estaba helada y que las calderas aún no estaban a toda su potencia, Carambarím les dijo que les habían ofrecido auxilio y posada en la casa, pero al unísono se negaron, preferían pasar toda la nochebuena buscando mas leña. José Mari les dijo que era Navidad y que no fueran tan crueles y egoístas, pero que respetaba su decisión y que con gusto les ofrecía todo el carbón que pudieran llevarse. Cascabel ahora se encontraba echado en la alfombra dormitando al son de su ronrón, tal vez pensaba que los cuatro duendes ahí se quedarían.
—¡Sííí!- exclamaron los duendecillos y comenzaron a acarrear trozos de carbón a un pequeño carromato que hablan dejado afuera el cual era tirado por un par de ardillas de colita pequeña arregladas con todo y bufandas.
José Mari se despidió de ellos mientras deseándoles feliz Navidad.
—¡regresa a verme cada año!- le gritó a Carambarím.
Pero se alejaron, quizá no lo escucho debido al viento; en ese momento las luces de un auto se vieron a lo lejos. El abuelo y los demás hablan regresado. La mamá de José Mari le preguntó el porqué de que estuviera fuera y José Mari dijo que tan sólo había salido a ver el cielo, sus hermanas mayores le dijeron que tenía miedo de su cuarto, el abuelo se le acercó y sólo entre ellos dos le preguntó si aún tenia miedo, y él respondió que no. El abuelo notó que el piso estaba sucio de carbón y cuando se iba a acercar a ver una de las niñas lo jaló a la casa.
Al entrar todos en la casa comenzaron a sonreír y preguntarse de dónde había salido tal aroma, ¡qué rico! exclamaron todos... mientras José Mari y Cascabel miraban por la ventana a lo lejos preguntándose que estarían haciendo sus amigos.
Aquella Navidad en la casita de campo del abuelo fue la mejor en muchos años. Por la noche una de las hermanas de José Mari salió muy espantada de su cuarto gritando que había algo en su ventana, el abuelo dijo que seguramente era el mismo caso que el de José Mari, tomó su grueso gabán y salió. A su regreso dijo que no había visto nada, José Mari se acercó y le preguntó que si de veras no había visto nada y el abuelo le guiño un ojo.
—No, no he visto nada...
Al irse todos de nuevo a la cama el abuelo se acercó y le dijo a José Mari en privado, abrazándolo cariñosamente:
—... pero estoy seguro que tendrás una visita muy especial cada Navidad y no será necesariamente Santa Clos.
Y le dio un trozo de carbón tallado con la carita de Carambarím. José Mari sonrió, le dio un beso a su abuelo tomo a Cascabel y se fue a dormir, deseándole a su abuelo feliz Navidad.

FIN.
Dic. 1997

No dejen de visitar la Abadía, subiré otro cuento de Navidad en un par de días ¿algún comentario sobre este?... ¡gracias!

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