lunes, 20 de diciembre de 2010

La madrugada del 19 de Diciembre, Texmelucan.

Yo dormìa luego de un sábado que había demandado algo de energía y esperaba despertar el domingo siguiente un poco más tarde de lo acostumbrado. Antes de las seis de la mañana escuché a mi mamá subir las escaleras, acostumbrado a despertar a las 5:30 de la mañana todos los días mi sueño era lo suficiente ligero como para detectar sus discretas pisadas, su andar madrugueño. No desperté sino hasta que unos minutos después de escucharla subir tocó a la puerta de mi recámara, abrió con tiento y me dijo en voz baja pero alarmada algo que recuerdo sonaba a "creo que explotó la petroquímica, hay un incendio y se ve grande ¿qué hacemos?" Supongo que le dije que no pasaría nada, que era poco plausible que la petroquímica explotara, además muy en el fondo de mi subconciente yo sabía que dicho complejo queda a más de 4 kilómetros de nuestra casa. Vivimos a una cuadra del centro.
Estaba por quedarme dormido una vez más cuando una voz femenina en la calle me hizo reflexionar un poco "cierren sus tanques de gas" gritaba a todo pulmón pero sin histeria. Finalmente me levanté más por curiosidad que alarma, pude escuchar encamorrado los vecinos en la calle, autos que pasaban frente a la casa, voces que parecían lejanas. Me puse una chamarra, mi bata, una bufanda y mi gorro, subí las escaleras al cuarto que da a la azotea. Los perros (dos schnauzer) no hacían ruido, aunque yo no había caído en cuenta de ello. Mamá estaba ahí de pie en la oscuridad del pequeño cuarto con el resplandor naranja, mortecino, iluminando parcialmente su rostro. Algo me dijo, su voz tensa, su actitud física de angustia total.
Le dije que había que cerrar las llave del gas estacionario, y que debíamos guardar calma, que no iba a pasarnos nada. Vi las llamas a través del ventanuco que hay para ventilación simple. Las llamas brillaban, aún era de noche y la columna de humo se perdía en el vano del marco. Dije algo sobre el color del mismo, pensando que si se ponía blanco mientras ardía corríamos riesgo de intoxicación química peligros y tendríamos que sellar la casa y considerar salir de ahí. Medí la distancia con premura. La casa está ubicada a unos 300 metros del río Atoyac que corre paralelo al boulevard Jalisco, al cual le cambiaron el nombre por el de un profesor que nadie recuerda y que jamás podrá pasar a la memoria ya que nadie usa ese nombre para referirse al bulevard Jalisco. Si seguimos el caudal del río, hoy contaminado hasta las cachas por los asentamientos, una vez irregulares, que están cruzando el río hacía el norte, llegaremos al puente colorado, como a un kilómetro de distancia de donde estábamos ubicados. Este puente cruza el río y da a una intersección que lleva a una calle paralela al Atoyac donde ahora están las habitaciones, aún ruinosas y mal trazadas; a una calle que pasa por atrás de una unidad habitacional ubicada a un costado del supermercado y a su vez, a la avenida san Damián, que nos lleva a la salida a Tlaxcala, Villalta y a la derecha hacía San Lucas "el chico", donde hay una estación de gas LP.
El camino hacia san "Luquitas" como le llama la gente está flanqueado por comercios irregulares, puestos mal pertrechados, callejones y conjeturo, pero casi estoy seguro, de casas mal construidas, asentamientos irregulares y basura,. Se convierte en u8n día de la semana en un hervidero de gente que comercia fruta, verdura y demás productos que recuerdan a un Tlatelolco azteca pero sucio y desordenado. Los martes el tianguis llega hasta allà. Cuando asomado por la pequeña ventana mis cálculos me indicaron que el incendio se llevaba a cabo del otro lado del río se lo hice saber a mi cada vez más angustiada mamá, le aseguré que no pasaría nada, que estábamos a salvo de las llamas. La voz se le quebró cuando estalló uno o dos tanques de gas y las llamas subían y se avivaban. Le aseguré que no llegaría el fuego, mientras repasaba mis cálculos mentales.
Abrí la puerta del cuarto de 2 mts por 2 mts y le dije algo similar a "no salgas, voy a cerrar la llave de paso". Salí con las llamas a mi costado derecho, no miré directamente, me dirigí al tanque estacionario, de sus casitas salieron los perros asustados. Caminé quitándomelos de encima, abrí la pequeña puerta de metal y cerré la llave. Estaba casi en la orilla de la casa y en la calle aún se escuchaba a la gente gritando, sin dicción ni calma, inteligible balbuceo en pánico que me hizo retroceder. Di vuelta para regresar al cuarto donde una muy nerviosa mamá me esperaba y me dio en la cara como el aliento de una tortillería. Mi campo de visión no podía abarcarlo todo, tuve que hacer un paneo de izquierda (norte) a derecha (oriente), una franja de fuego se levantaba unos 400 o 500 metros en el aire, intensamente naranja y amarilla en la base, rojiza mientras se alzaba mezclándose con un denso humo negro aterciopelado. Era más intensa justo en donde debería quedar el puente Rojo, a más de 1000 metros... quizá un poco más. Entonces subí la mirada y como un monstruo que lengueteaba la atmósfera subía moviéndose en bolsas de polutas negras, grises, serpenteando con las corrientes de aire, a una distancia que no pude calcular, varios kilómetros seguramente.
Me congelé un instante, anonadado por el siniestro espectáculo frente a mis sentidos; no escuchaba ya los gritos, un segundo olvidé que mi madre estaba dentro, que los perros me brincoteaban en las piernas, frente a mí un infierno de kilómetro y medio de largo, casi medio kilómetro de alto y una bóveda de denso humo mortecino se comía las estrellas. Hablaba, con una voz baja, un murmullo grave que retumbaba en el aire casi imperceptible, se escuchaban explosiones que alimentaban las bolas de fuego.
Regresé a mis sentidos, y entré al cuerto con mamá. Le dije que había que tomar precausiones, le volví a decir que no pasaría nada. Me preguntó si nos íbamos a ir, le dije que no, que primero teníamos que seguir un protocolo de seguridad. Yo y mis lecturas, siempre apegado a los procedimientos. Vamos, le dije, hay que bajar el switch de la electricidad, si vamos a evacuar tenemos que hacerlo bien. Ingenuamente esperaba aviso de las autoridades. Ella de hecho permaneció en el cuerto viendo el incendio mientras yo bajé, busqué una lámpara, mi móvil, los audífonos del mismo para sintonizar la radio. Ya no había elecricidad sin embargo corté el suministro. Saqué unas velas, tomé unos cerillos y unos vasos para veladora. Conecté los auriculares e intenté sintonizar. Sólo había música en la radio local. En la calle motores de autos, precipitados, gritos, balbuceos incoherentes. Estuve a punto de salir y estúpidamente preguntar si ya había aviso de evacuación. Puedo ser a veces demasiado imbécil y creer que la vida tiene tanto orden como el que yo quisiera. No lo hice, armado con la linterna, habiendo sacado velas, cortado la electricidad, subí a decirlme a mamá que no había comunicación. Envie un mensaje de texto a Puebla pidiéndo investigaran qué había sucedido. Realicé una única llamada telefónica, la única que vino a mi corazón.
Le indiqué a mamá que se vistiera, que saldríamos de ser necesario llevando todo lo necesario. Juntamos nuestros documentos, y mientras hacíamos esto entró una llamada a la línea de la casa. Una prima nos pedía que fuéramos a su casa a pasar la crisis. Yo reflexioné que sería lo mejor para nosotros, además, en su casa había electricidad y algo que parece un cliché pero es bien importante: Internet. Hice una maleta, sólo por procedimiento de crisis, una sola muda de ropa para mamá y para mí. Dinero, identificaciones, bien tapados sacamos el auto, regresé a cerrar todo con llave y candados. Sin información no podía saber cuáles serían los procedimientos de seguridad, no sabía si nos evacuarían, si era un derrame químico peligroso, si era sólo combustible, no sabía nada excepto lo que mi sentido común decía. Pasó bastante tiempo, para cuando salimos el humo estaba tornándose blanco y las llamas cedían.
Recuerdo haberle dicho a mamá para calmarla que Pemex tenía estrictos protocolos de seguridad, que los bomberos eran eficientes, que el fuego estaba controlado. Seguía pensando que tal vez, sólo quizá, podría haber riesgo de intoxicación que ameritara salir de la zona. Llegamos a casa de mi prima y finalmente pudimos escuchar en la radio los primeros reportes, los cuales jamás salieron de la radiofusora local que quedó como una completa incompetencia para dar servicio social y civil, a la cual jamás se acercaron miembros de protección civil para dar aviso, mediocres incompetentes, inservibles públicos con un sueldo injustificado.
La mejor arma de información fue el internet, vía twitter pudimos mis sobrinos y yo informarnos de todo. Las líneas telefónicas funcionaban, las terrestres al menos, pude comunicarme nuevamente con las personas que importaban. Obtuve información de Puebla, quienes checaron vía internet. La información circulaba lentamente, a cuentagotas y ya habían pasado más de 2 horas desde el primer fuego. Los rumores comenzaron, frases impertinentes, insensatas de gente sin preparación ni sentido común "San Martín en llamas". En mi camino a la casa de mi prima vi gente en las calles en pequeños círculos de rumor y desinformación. Platicaban y seguramente ejercían la peor de las acciones comunicativas: conjeturaban. Gente en pijamas, con cobijas en sus espaldas esperaban Dios sabrá qué. Ah, y los mirones. De dónde salen no lo sé, quiénes son y por qué no tienen otra cosa que hacer excepto mirar, es un misterio. Antes de las 9 am ya estaba todo en calma, los medios habían dicho que la situación estaba controlada. Una vecina de mi prima llegó y comenzó una retahíla de comentarios absurdos, conjeturas aventuradas y anécdotas de actos compulsivos y poco meditados. Confirmé mis sospechas sobre los círculos de rumor en las calles.
Mamá ya calmada, yo con café en mi sistema y un par de rebanadas de pizza, salimos de ahí a antes de las 10 am. Intentamos pasar a comprar alimento, leche, sólo para descubrir que ni un sólo comercio estaba abierto alrededor de las 10 de la mañana. Ni uno sólo.
Rapido como sucede en este país pasó la alarma, los vecinos que en pánico habían huido muy temprano regresaron a sus casas. Yo vi portones y zaguanes abiertos, reflejo de lo irracional del miedo. Aquí termino la primera de mis reflexiones en torno a lo sucedido, únicamente desde mi punto de vista, con lo que yo  percibí y atestigüé. No intenta ser una pieza de redacción noticiosa ni una crónica de lo acontecido. Sólo una anécdota digna de narrarse, y quizá, de leerse.

D. Mendoza
20 Diciembre, 2010.


*He detectado un par de faltas ortográficas por las que me disculpo.

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