Leyendo sobre redes sociales y la manga del muerto, que son piezas de ese rompecabezas sin fin que se contruye a diario en torno a la comunicación interpersonal, pero también intrasocial, mas no presencial reflexionaba en mi viejo status de misántropo cuando pasaba mis tardes frente a una hoja en blanco dibujando historietas que un puñado de gente leía (y todos familia), escribiendo en una vieja Olivetti azul cuentos que nadie leía y que hoy están perdidos pero no irrecuperables gracias a que mi cabeza alberga absolutamente todo lo que he escrito. CUAZ, te cae el veinte, la red es como tu cabeza. Antes de que hubiera Web ya tenías en tu mente todo un feis con la gente que te importaba, tus profes, vecinos y demás; guardabas canciones y álbumes enteros, conciertos que jamás salieron a la venta, grabados en tu disco duro del hipotálamo la amígdala y los lóbulos dentro de ese apéndice llamado cabeza.
Docenas de libros, cientos de películas y aún mejor, lo imbajable (undownloadable): Olores, sabores, sensaciones, emociones, sentimientos y la conciencia de saber que alguien está viendo por ti, que alguien piensa en ti, que a alguien le importas. Todo eso en la red de tus neuronas, inimitable, irreproducible y con las mismas ventajas de la Web, incluido el WiFi ¡deveras! ¿o no has vuelto la mirada a una persona e intercambiado archivos vía WiFi enriquecido con complicidad, emoción, sentimiento y una pisca de ti (y del otro). A donde quiera que vayas toda esa red va contigo y puedes accesarla en el momento que quieras. Te sabes las historias, los colores, olores, sonidos, etc. y en cualquier momento puedes narrarla, o bien dibujarla, escribirla, reescribirla y compartirla.
Conozco muchas personas que aún conectan su red a la Web y comparten todos esos archivos, sin passwords, ni captcha, son los verdaderos constructores de la interconoectividad. Podrán haber muchos que diario bajan, que diario votaan, que diario comentan, pero sólo unos cuantos se comparten, dejando en la web huella de su red, que la usan para expresar que son seres únicos, que no necesitan de un ejército de anónimos que estén diciéndole con ceros y unos lo mucho que se entienden pero sin compartir nunca esos archivos que jamás podrán convertirse en código binario.
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