sábado, 15 de noviembre de 2008

El Cumpleañosh. Primer Entrega.

“El cumpleaños es algo que no tiene más sentido
que estar contando cuantas lunas has visto”


El hombre de los ojos rasgados estaba sentado en un cajón de madera fumando un delgado cigarrillo. Un pañuelo blanco cubría su cabeza y miraba sobre sus espejuelos a la distancia, como remembrando cosas que regresan cada que las evoca. Soltó una humareda y miró hacía el piso, su amigo el gatito estaba a punto de terminarse el plato que aquella noche con todo gusto le había servido. El gatito le hacía compañía y platicaba con él entre fumada y fumada. El pequeño minino levantaba su carita y le maullaba de regreso. Uno no sabía mandarín, el otro no hablaba gato, pero ambos se entendían. La luna está muy amarilla el día de hoy. Le decía en mandarín el viejo a su peludo amigo y éste le respondía en gato que los camarones eran algo que no podía entender, pero que le fascinaban. Los dos se estaban comunicando que era agradable tenerse el uno al otro de noche en noche.
Otro hombre, más joven, abrió la puerta de el cuarto lleno de ruidos y le dijo algo al viejo en el idioma que ellos hablaban, el viejo respondió algo que podríamos interpretar como una justificación, aunque el tono fue de resignación. Dio una última chupada al cigarrillo, que estaba casi ya consumido y arrojó la diminuta colilla hacía los botes de basura en el fondo del callejón. El pequeño morro se hallaba relamiéndose los bigotes y en lenguaje gato le dijo a su buen amigo que el camarón, o como el gatito lo llamase pues no sabía lo que era el camarón, era de sus comidas favoritas y que estaba muy agradecido. Su compañero le dijo en mandarín que había sido un placer pasar con él unos minutos y que pasara muy buena noche. Tomó el cacharro del suelo y pasó su huesuda mano por el lomo del minino que se arqueó conforme la mano le pasaba por su espalda. Su listón rojo resaltaba en su negro pelaje, y una última caricia le fue dada en los carrillos.
Sabiendo que no podía pasar la noche en el callejón de su amigo Lao, decidió ir al de la calle Roberto Gómez que se hallaba a unas cuadras de ahí. En tal calle, le esperaba su cajita y pasaría allí la noche para continuar mañana su viaje al sur de la ciudad. Así que salió con la barriga llena del callejón y se dirigió hacía donde su cajita y una noche de descanso le esperaban. No había caminado una calle cuando de un callejón aledaño salieron dos perros callejeros que se tambaleaban y reían por todo y por nada. Cuando el gatito los vio, se detuvo sobre la acera intrigado por la actitud de estos perros. Él no le temía a los perros, por demás sabía que eran no muy inteligentes y que muchos olían muy feo.
- ¡Mira, mira! ¿estásh viendo lo que yo veo compadre?
- ¡Shí, shí, claro! ¡Un gatiyyyo sholi- hip –tario!
- ¡Y esh que las callesh eshtán tan sólidas!
- ¡¡Ha, ha, ha jua, jua, jua!!- Rieron a carcajadas ambos abrazándose.
El gatito inclinó su cabeza un poco hacía un costado y los miró detenidamente, aguzando su nariz y moviendo los bigotes hacía adelante. Dio un par de pasos cautelosos e hizo sus orejas hacía atrás...
- ¡¡Haj, haj, ho, ho¡¡ ¡hey, hey mira compa- hip –dre, te eshtá oliendo!
- Puesh que huela eshto... ¡buuurrp!
- ¡¡Jua, jua, jua!! Rieron aun más fuerte el par de perros. El gatito se hizo hacía atrás y entrecerró los ojos, el aliento de ese perro era el más horroroso que había olido en toda su vida. Se pasó la patita por la nariz y estornudó. ¡at-shoo!
- ¡¡Shalud!!
- ¡¡Shalud¡¡
- ¡¡A su shalud compadre!!
- ¡¡Gracias compadre!!
- ¡¡Feliz cumpleañosh, feliz cumpleañosh compadre!!
- ¡¡Huuuuy, muchíshimas grashias compadre...!!
Y el par de perros se alejó de ahí riendo, tambaleándose y sosteniéndose el uno al otro. El gatito se quedó ahí un momento, lamiéndose la manita y frotándose la nariz mientras observaba al par de chuchos alejarse de ahí. Cuando reanudó el pasó hacía su destino, resonó en su memoria una palabra nueva para él.
Cumpleañosh.

(CONTINUARÁ)

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