miércoles, 6 de abril de 2011

Síndrome de Caperuza

Hoy por la mañana pensaba en el daño espantoso que le provoca Disney a cierto grupo vulnerable de niñas en México. No sé de otros países, Mattelart es francés y en su libro Para Leer al Pato Donald ya hace un análisis bastante concienzudo e ilustrativo sobre las ideas subliminales y otras veces no tan escondidas de la ideología Disney que bajo poca o nula supervisión podrían causar que la percepción de los niños, específicamente las niñas, se torne poco realista.
El síndrome de la Caperuza Roja es similar al de Superman. Cómo es que nadie se da cuenta que Clark Kent es Superman con anteojos, lo que podría ser posible si pensamos que Superman no entra al oxxo a comprar un refresco y ahí podemos verlo y luego reconocerlo como su alter ego. Si lo vemos siempre a lo lejos volando, o tienes un encuentro con él bajo situaciones de estrés es bien posible que si llegaras a encontrarte al reportero (lo que también implausible) ates cabos y dés con la identidad secreta.
En el caso de la Caperuza estamos hablando de una persona que tiene frente a sí a un ser que conoce y reconoce y elige a través la una pulsión no verlo. Una pulsión es un proceso somático que resulta  de la representación de un determinado estímulo en la vida mental del individuo. La función de la pulsión es facilitar al organismo la satisfacción psíquica que se produce al anular una condición o estímlo somático negativo. Para ello cuenta con una capacidad energética capaz de orientarse hacia el objeto cuya consecución remueve o anula la condición o estímulo doloroso, provocando así placer.
La pulsión es la que le hace ver a la gente en una mancha informe una figura religiosa, pero a niveles más alarmantes de percepción de la realidad puede hacer que una niña espera a su príncipe azul durante años, y que un día en lugar de ver a un hombre común y corriente (en el mejor de los casos) vea a su príncipe azul, más grave es cuando es un patán consumado y aún así elige ver al príncipe.
Todos conocemos el caso de la chica que comenzando sus veintes cae enamorada de un tipo que la ve dispuesta a darlo todo y él en plena disposición de quitarle todo hará lo posible por hacerla creer en el cuento de hadas de la primera para obtener su satisfacción, en ocasiones incluso llegando a creer la pulsión de ella. Lo que resulta normalmente en un desencanto, primero de él ya que nunca fue su pulsión, y luego de ella, quien no siempre logra superar ese desencanto eligiendo una vida de ostracismo. Refugiadas tras una fachada de felicidad por la vía del trabajo, algún hobbie, sus amistades o el hecho de pensar simplemente que así está bien.
Eso lleva al síndrome del avestruz, pero no es el punto en que estoy reflexionando.
El síndrome de la caperuza es el de la mujer que enfrentada a la realidad de un lobo elige ver a la abuelita. Por alguna razón que desconozco (no soy psicólogo) esas mujeres eligen estar con una persona que sin necesidad de representar un daño inminente tienen todos los rasgos de una fisonomía moral que las llevará a ser comidad por el lobo, bajo la premisa pulsasional de que cambiará.
La fisonomía moral de una persona está determinada por la fuerza de sus principios, que residen dentro de su ser. Sus actos pueden llegar a contradecirse mas las tendencias de comportamiento de acuerdo a sus principios siepre estarán por encima de los detalles. El lobo no es lobo por los detalles, es lobo por la forma. No siempre está en los detalles el averiguar la fisonomía moral de una persona, porque el detalle es vestirse idéntico a la abuela para parecer ella. Pero bajo los detalles está la forma ineludible del lobo.
Las princesas de Disney tienen tanto que ver con esa idea, con la conformación de los estímulos apropiados para crear una pulsión somática positiva ecaminada a ver una abuelita, alguien conocido, familiar e inofensivo, en lugar de ver a un lobo disfrazado que representa un futuro riesgoso y dañino.
De ninguna manera quiero que nuestros niños crezcan con ideas negativas o peor, concientes de la maldad del mundo. Creo firmemente que los niños deben permanecer hasta cierta edad ignorantes de los males de los que son capaces los seres humanos. Pero estoy en contra de que se les creen mundos inexistentes. Hay tantas cosas buenas en el mundo sin necesidad de crear estímulos fantásticos que los lleven a crecer con una tendencia marcada a evitar los estímulos negativos al grado de convertirlos en positivos. Las cosas son lo que son. Las hay buenas, las malas y una infinita cantidad de niveles intermedios. No creo que sea correcto no poder juzgarlos lo mejor que podamos. El objetivo de todo es muy simple, poder enfrentar las situaciones que se te presenten de la manera más adecuada.
Una psique sana, una percepción normal, debe poder juzgar entre un lobo, una abuela, y un lobo vestido de abuela, pero jamás creer que el lobo vestido de abuela es la abuela. 
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