jueves, 3 de abril de 2008

Día Zeta parte VII

Un par de personas se acercaron de inmediato a la combi y comenzaron a preguntar si había alguien dentro, si estaban bien. Abrieron la puerta del vehículo y vieron al conductor con el cuello roto. Dentro sólo yacía el cuerpo inerte del chico de secundaria con una herida en la cabeza y los brazos rotos, en posiciones fuera de lugar. Las señoras ahora lloraban y entre sollozos gritaban, nadie hacía nada por calmarlas, ellas mismas no ponían atención alguna a lo sucedido. Parecía que todo estaba en manos de los instintos, no de la razón. Uno de los jóvenes que se había acercado a ver si el chofer estaba bien, fue tomado de su corbata por el conductor, el sobresalto fue mayor pues el individuo claramente tenía el cuello roto. Al tomar la corbata con ambas manos ya no pudo zafarse, el chofer lo jaló hacía sí y comenzó a morderlo. Sí, las señoras volvieron a gritar.
En la estación de la cruz roja llegaba la llamada del oficial que estaba en el ayuntamiento a eso de las siete y veinte, hablando en código numérico describió un posible accidente en la Álvaro Obregón y pidió una unidad de emergencia. La operadora contactó a los paramédicos quienes salieron al lugar de inmediato. El comandante de policía mientras tanto estaba terminando su desayuno, se preparaba para ir al ayuntamiento. Según él, estaba haciéndolo lo más aprisa posible. Se despidió de su mujer y subió a su auto.
Cuando el único policía que quedaba disparaba su arma al individuo que atacaba a su pareja, varios vecinos llamaban a los bomberos y a la policía. El esposo y el otro policía mientras tanto parecían estarse comiendo al gordito. El tercer disparo sacó de su letargo al vecino del cuchillo y finalmente se hizo de coraje para salir. Le gritaba a los atacantes que cesaran sus ataques, pero parecían no escucharlo. El esposo, con algo que parecía un pedazo de intestino volteó a mirarlo, aunque sus ojos estaban vacíos. Se levantó lentamente, caminó hacia el vecino que traía puestos unos pantalones deportivos negros y una camiseta blanca. Levantó su cuchillo de manera amenazante y le gritó que se detuviera. El esposo siguió caminando, gorgoreaba en su garganta la sangre del policía de bigotito y se le hacían burbujas en la boca. Al pasar junto a la patrulla la esposa dio un grito, el esposo se acercó a ella, guardó silencio por un momento, hasta que él le encajó los dientes y le arrancó una oreja.

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El mejor lugar para leer.

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Quien no entre al baño con una buena revista o libro ¿a qué entra?